domingo, 31 de diciembre de 2006

Alejandro von Humboldt


Alejandro von Humboldt era lo que se suele calificar como un culo inquieto. Se recorrió el Orinoco, los Andes, Perú, México, Cuba y parte de la Rusia asiática. Como herencia, dio nombre una corriente marina (la corriente de Humboldt) y a un popular centro de conciertos en Caracas (Centro Humboldt). La frase con la que se suelen finalizar sus biógrafos el relato de su vida es la siguiente: "Tras haber gastado toda su fortuna, murió en 1859, sin dejar descendientes y sus restos fueron sepultados en el panteón familiar de Tegel, al fondo de un hermoso bosque".

viernes, 29 de diciembre de 2006

Vacunas con fronteras

Lo vi en un documental de la2, al comienzo de la siesta, en plena montaña rusa a lomos de diversas vacunas tropicales.

Un tejón paseaba por la sabana africana buscando comida. Mozambique, o Congo, no lo recuerdo. De madrugada, el tejón se disponía a atacar a una serpiente venenosa. A su favor, su temeraria agresividad; en contra, el letal veneno de la cobra.
El tejón, tras varios intentos, logra matar a la víbora. Y la comienza a devorar por la cabeza. Sin embargo, la cobra había logrado hincar los colmillos sobre el tejón en uno de los lances del duelo. De modo que, a media comilona, el tejón comienza a temblar y parte de su rostro se hincha como una pelota de tenis. El potente veneno de la serpiente ha comenzado a actuar. El tejón se acurruca al lado del cadáver decapitado y comienza a sufrir espasmos. Al poco, se queda inmóvil. Parece muerto.
Al cabo de unas horas vuelve, lentamente, a la vida. Se despereza, no sin dificultad. Y continúa el banquete. El hinchazón disminuye y vuelve a recuperar su aspecto habitual. Los tejones han logrado desarrollar una inmunidad asombrosa al veneno de la cobra, dicen los naturalistas que narran la escena. No es un trago fácil. Pero ahí está de nuevo: zampándose a la serpiente. Los naturalistas dan palmas, alborozados, en su jeep.

Las vacunas vienen a ser similares tragedias víricas. Sin el dramatismo zoológico de la fábula del tejón y la víbora en la sabana africana. Claro está.

jueves, 28 de diciembre de 2006

Carta de amor a la venezolana

Para empezar, algo de historia.

Esto le escribía Manuela Sánchez, enamorada y amante del Libertador, Simón Bolívar, a su marido de entonces, el orondo y cornudo inglés James Thorne, allá por 1823, quien la reclamaba en su regreso a las islas británicas:
"No, no, no más, por Dios. ¿Por qué hacerme U. escribir faltando a mi resolución? Vamos, ¿qué adelanta U. sino hacerme pasar por el dolor de decir a U. mil veces no? Señor, U. es excelente, es inimitable, jamás diré otra cosa sino lo que es U. ¿Me cree U. menos honrada por ser este general mi amante y no mi marido? ¡Ah!, yo no vivo de las preocupaciones sociales , inventadas para atormentarse mutuamente. Déjeme U., mi querido inglés. Hagamos otra cosa: en el cielo nos volverremos a casar, pero en la tierra no... Como hombre U. es un pesado. Allá todo será a la inglesa, porque la vida monótona está reservada a su nación. El amor les acomoda sin placeres, la conversación sin gracia y el caminando despacio, el saludar con reverencia, el levantarse y sentarse con cuidado, la chanza sin risa... Basta de chanzas; formalmente, sin reírme; con toda la seriedad, verdad y pureza de una inglesa, digo que no me juntará más con U."
Magnífica carta. Conjuga dos de los grandes referentes venezolanos: la telenovela y Simón Bolívar, el Libertador. Me esfuerzo, y aún así, no logro imaginarme la cara de Mr. Thorne al leer la misma frente a su taza de té de las cinco. Probablemente, la tuvo que leer más de una vez. Con su anciana madre oteando por encima del hombro aristócrata. Dándole manotazos como a una mosca molesta.