Lo vi en un documental de la2, al comienzo de la siesta, en plena montaña rusa a lomos de diversas vacunas tropicales.
Un tejón paseaba por la sabana africana buscando comida. Mozambique, o Congo, no lo recuerdo. De madrugada, el tejón se disponía a atacar a una serpiente venenosa. A su favor, su temeraria agresividad; en contra, el letal veneno de la cobra.
El tejón, tras varios intentos, logra matar a la víbora. Y la comienza a devorar por la cabeza. Sin embargo, la cobra había logrado hincar los colmillos sobre el tejón en uno de los lances del duelo. De modo que, a media comilona, el tejón comienza a temblar y parte de su rostro se hincha como una pelota de tenis. El potente veneno de la serpiente ha comenzado a actuar. El tejón se acurruca al lado del cadáver decapitado y comienza a sufrir espasmos. Al poco, se queda inmóvil. Parece muerto.
Al cabo de unas horas vuelve, lentamente, a la vida. Se despereza, no sin dificultad. Y continúa el banquete. El hinchazón disminuye y vuelve a recuperar su aspecto habitual. Los tejones han logrado desarrollar una inmunidad asombrosa al veneno de la cobra, dicen los naturalistas que narran la escena. No es un trago fácil. Pero ahí está de nuevo: zampándose a la serpiente. Los naturalistas dan palmas, alborozados, en su jeep.
Las vacunas vienen a ser similares tragedias víricas. Sin el dramatismo zoológico de la fábula del tejón y la víbora en la sabana africana. Claro está.
viernes, 29 de diciembre de 2006
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario